Pride, una perla oculta en la cartelera

“Pride” no solo es una grata sorpresa para el cine. Es una de las mejores películas del año. Simple y llanamente. Una de esas cintas que, sin bombo ni platillo, ni grandes caras y presupuestos, te dejan clavado en la butaca. Incluso un rato largo ya terminada y con las luces encendidas. Te quedas ahí, mascando el momento. Hasta que el acomodador tiene que sacarte a escobazos.

Un crítico vago, y sin sentido del humor, diría de “Pride” que disfrazado de comedia es un emotivo y tierno drama humano sobre la solidaridad, la lucha social y la discriminación. Y tendría razón (a medias). Matthen Warchus nos dice que vamos a ver una comedia y nos cuela, y nos cuenta, como dos grupos sociales crean una simbiosis en y por una lucha que cambiaría su vida y la de Inglaterra para siempre… Sí, la de Inglaterra también… poco a poco.

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Dos colectivos sociales, el minero y el homosexual, que a priori parecen tener más fobias que filias, pero que se unen en un objetivo común gracias al empuje y coraje de sus protagonistas. Una historia “Basada en hechos reales”. “Basado en hechos reales” es una entradilla que, en el cine, suele ser preludio de la recreación (más o menos fiel) de hechos históricos o de tortuosos dramas personales. Así que situémonos y pongámonos serios: 1985. En la dura Inglaterra de Margaret Tatcher. Con las crudas huelgas mineras, que tuvieron lugar en ese periodo, como telón de fondo, se desarrolló una intrahistoria que muy pocos conocen. Que todos deberían conocer. Una pequeña historia fagocitada y eclipsada por la importancia y el peso de………

Bueno. No nos pongamos tan serios que es una comedia.

Sí, ese vago y sesudo crítico tendría razón, pero se estaría olvidando de parte básica de la película, la comedia. ¿Por qué es una comedia? porque te hace reír, y mucho. Porque te hace reír sin llenar la pantalla de pedorretas y golpes.  Porque te hace reír y parece como sin querer, porque te hace reír cuando menos te lo esperas. Y te pasas media película con tus dos hemisferios cerebrales en plena guerra civil, dándose mamporros sin ponerse de acuerdo, uno serio y sesudo, y otro desternillándose… y así avanza y termina la película, con tu cara desdibujada en una mueca extraña consecuencia de esa guerra que se libra en tu cabeza… Y no te habías dado cuenta pero te sorprendes, te descubres, con los ojos brillantes y temblorosos como los de un manga japonés. ¿Estoy llorando? ¿Estoy riendo? ¿Cómo coño he llegado yo hasta aquí?

 

 

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