Sons of Anarchy: El fin de una era

Motos, cuero, prostitutas y Rock’N’Roll. Corrupción, sangre y estrellas del porno. Persecuciones, masacres y peleas. Sexo, torturas, tatuajes, más motos, palizas, tráfico, más sangre, asesinato, más motos… ¡¡¡joder… que empiece ya!!!

Una enorme erección de manual para los instintos básicos de todo el género masculino. Vale. ¿Y las chicas? ¿Cómo las sientan, enganchan y emboban, a una serie en la que un grupo de maromos pirados y tatuados van en Harley pegando tiros de puticlub en puticlub? Entonces aparece Jax Teller (Charlie Hunnam) en pantalla. Una mezcla de Kurt Cobain y Brad Pitt… pero en macarra molón. Sentado en su moto, melena al viento, chupa gastada y sonrisa pitillera. Entonces entiendes que no podía ser de otra manera.

Hay muchas y variadas definiciones de éxito. Una de ellas dice que el éxito de un hombre es que todas las mujeres quieran acostarse contigo y todos los hombres quieran ser como tú. Bueno, pues bajo esta definición, el éxito de Jax Teller, y por extensión de Sons of Anarchy, es completo. Es absoluto. Tranquilo, cuando suceda no se martirice, mi novia también se enamoró de Jax Teller.

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¡Espera! ¡ESPERA! ¿Motor, persecuciones y un rubio guapete? Esta ya la he visto. ¿No nos estaremos confundiendo con la serie, de películas, Fast and Furious? No. No señores y señoritas. No piensen que SOA tiene lo más mínimo en común con la edulcorada y artificial serie de películas sobre preciosos y brillantes coches casi voladores, o sin casi. En la que, a pesar de todo, todos guapos, guapas y ciclados salen siempre ilesos y con una sonrisa… tanques, aviones y explosiones casi atómicas mediantes e incluidas en el pack. Las diferencias de la serie del tuning, el techno, la silicona y los anabolizantes con Sons of Anarchy son tan profundas y crudas como las que hay entre sus protagonistas. El simpático y encantador personaje del malogrado Paul Walker y su sonrisa de presentador de televisión, son el chico que todas las madres quieren para sus hijas (o lo eran, por desgracia). En cambio cualquier madre decente cambiaría de acera si se cruzara con Jax Teller por la calle… y de país si pillara a su dulce hijita en sus calurosos y tatuados brazos. Colapsaría si pudiera indagar en las heridas del sociópata desbocado en el que se convierte, despacio, trauma a trauma. No. En Sons no brilla nada, ni nada es amable. Sons es sucia. Sons es polvo y pólvora. Sons es exceso y víscera. Y desde luego… Raramente en SOA alguien sale limpio, guapo… o ileso.

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Vale, todo eso está muy bien. La fórmula parece sencilla… No. No es tan sencillo. Y es que cualquiera le enfunda una chupa de cuero a un rubio bonico y lo pone a pegar tiros… Eso no es más que la portada del disco, el paisaje de la carretera, la caja del regalo. Luego el disco y carretera tienen que rodar y arder. El tesoro de Sons está dentro. Pintado con trazos de negro y rojo y llorando de rabia y blues. Cuando empieza la historia, ahí es donde Sons se demuestra especial. Desde que comienza. Desde la cabecera huele bien, su música, premonitoria, rezuma lo que será la serie. Los personajes tienen carisma y personalidad. Tanto protagonistas como secundarios te conquistan. Los desprecias, los temes, los quieres, los compadeces.

Y todo esto al ritmo de la mejor banda sonora que ha escupido jamás una televisión. Cuidadas versiones y originales de los más grandes. Unos Hendrix, Sprinsgteen, la Creedence, The Rolling y un larguísimo y excelso elenco de balas perdidas que bañan, con el llanto de sus cuerdas, el desenfreno y la desolación de los personajes. Hurgando en su locura, en su desesperación, en la furia, el gozo, la psicosis, el trauma. Creando con sus voces rotas y guitarras viejas una comunión y un vínculo música-historia-observador casi personal.

images (2) Pero el tiempo pasa y siete años son muchos. La fórmula se agotaría y se haría monótona. Pero no. Ni remotamente. En realidad es al contrario. SOA acepta el reto del tiempo y lo hace virtud. Te involucra en psicótica escalada de violencia y conmoción. Hasta que te sientes parte de ellos, de sus locuras, de sus desgracias, de sus conmociones y dramas... de su psicosis. Porque no sabes ni cuándo ni cómo ha pasado. pero joder, quieres a todos y cada uno de esos delincuentes sociópatas y degenerados. Estos personajes, como si de personas vivas hablasen, evolucionan, crecen, caen, se envilecen. Ante tus ojos mutan, matan, mueren. No son planos, están vivos y encuentras en ellos más matices que un somelier en un vino malo. Esconden ternura y dolor, rabia, fe, coraje y venganza, vicio, crueldad y debilidad, lealtad y camaradería casi religiosa… y sacrificio. Es uno de los bastiones baluartes de la serie; el generar, con el paso de los años, esta evolución y empatía. No es fácil mantener la tensión duran siete temporadas. A todo se acostumbra uno. Y si el viaje, la historia y la trama no te corroen dentro durante cada episodio, cada vez que acaba con el logotipo de la calavera difuminándose… con el paso del tiempo te quedarías con cuatro moteros pegando tiros y el interés se desplomaría con su carisma.

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Pero sí, te quema por dentro. La historia es un golpe de sal, el desarrollo un chupito de tequila tras otro, tras otro, tras otro, rasca, y quieres más… y el final… un húmedo y ácido beso en la boca, épico…

Quizás no parezca la serie más elegante y sesuda del mundo. Pero es inteligente y retorcida, meticulosa y cuidada… y lo más importante… Es sin duda la serie más Rock’N’Roll que se ha hecho. ¿Puedes superar eso?

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